En el mes de julio ha tenido lugar un acmpo de trabajo en la Casa del Sagrado Corazón de Sevilla (Regina Mundi). Un joven de Barcelona nos cuenta su experiencia: «Un chico sale de Barcelona en un avión dirección a Sevilla, viaja aparentemente solo. En su pequeña maleta lleva únicamente ropa para diez días, un libro y muchas preguntas sin resolver. Al igual que él otros seis jóvenes procedentes de diferentes lugares, donde actúa la congregación de los SSCC (Sevilla, San Fernando y Madrid) van llegando a la casa de Regina Mundi.
Por lo que respecta a la relación que hay entre ellos, muchos sólo comparten los Sagrados Corazones y la alegría que les llena el corazón al servir, que les confiere la providencia. Estos, los que no se conocen, van a congeniar estupendamente, y los que ya se conocían van a estrechar lazos, a conocerse mejor. Lo que todavía no saben es que cuando acaben el trayecto que han emprendido juntos, tendrán además en común el conocerse mejor a sí mismo y a Dios, y un sinfín de experiencias.
Lo cierto es que los primeros días andábamos un tanto perdidos. Aparecen varias cuestiones técnicas que pulir antes que la «magia» fluya. Pero todo esto se resuelve rápidamente, gracias a los residentes, trabajadores y las hermanas de la casa. Todos ellos convierten la estancia en algo mucho más sencillo. Y a este punto quiero llegar, todos ellos juntos conforman una gran familia, y al poco tiempo de estar allí te hacen sentir parte de ella, un miembro más. Gracias a ellos mis recuerdos de la casa, después de unos días fuera, siguen ardiendo por el calor de hogar que desprende Regina Mundi.
Con los residentes hemos compartido momentos que jamás borraré de mi recuerdo: el concierto privado del grupo «Siempre Así»: fue un regalo el poder ver las sonrisas impregnadas en los rostros de los residentes, es siempre una alegría que un grupo de sus características se impliquen tanto, y es que con un rato que estuvieron nos dejaron a todos enamorados; los juegos y charlas en el patio de la casa; las excursiones a la piscina, a Isla Mágica y la salida al cine. Pero lo que seguro para siempre quedará grabado en mi corazón son sus sinceras sonrisas, su forma de amar, de cuidarse los unos a los otros sus ganas de seguir adelante, su espíritu de superación, en todos estos gestos he podido apreciar a Dios, pero lo que más hondo ha calado en mi es su sentido agradecimiento. En esto sí quiero detenerme, y que me prestéis atención, muchas gracias a vosotros porque me habéis enseñado el amor como lo entiende el Señor.
Por descontado, si hablamos de este campo de trabajo, debemos tener en cuenta el final un tanto chascado por la muerte de Cheng, un residente de la casa que falleció el día antes de marcharnos. Este suceso lejos de alejar la experiencia vivida de Cristo, la acerca más a Él. Los voluntarios tuvimos la suerte de poder acompañarlo en su última mañana en vida, fue para nosotros un momento muy especial, nos sentimos puramente instrumentos de Dios, en el momento de darle la mano al que se siente solo en este mundo, «venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré», no debe haber peor sensación que pensar que mueres solo, y creo que a Cheng le acompañamos como merecía.
Y al finalizar los diez días aquel chiquillo y sus compañeros vuelven a casa un tanto distintos, quizá no han cambiado por completo, pero tienen ahora las claves para empezar a hacerlo, el camino no acaba.
El chico ya es un paso más maduro, si cuando partió ya no iba solo, pues lo hizo en compañía del Señor, en esta ocasión vuelve a Barcelona en compañía además de toda la gente que ha conocido. Y en su maleta trae consigo montones de recuerdos que guardara a buen recaudo. Sigue teniendo preguntas que responder, pero tal vez Dios no lo mando a Regina Mundi a despejar dudas sino simplemente a aprender…»