«Aunque contar algo como lo de este viaje a Angola resulta muy difícil, porque son muchas las emociones y las experiencias vividas, puedo decir que ir a Angola ha sido una experiencia preciosa y una de las cosas más entrañables que he vivido.
Cuando surgió la oportunidad no me lo podía creer. Era algo impensable poder ir a Africa, ya que no tenemos ni casa allí. Pero providencialmente, gracias a las Esclavas de la Eucaristía pude conocer aquella tierra acogedora y llena de vida, y representar a la Institución, dando a conocer nuestro carisma y misión.
Llegar a Angola fue cambiar totalmente de realidad y abrirme a un mundo, a una cultura y a una gente nueva que sabe disfrutar de la vida a cada momento y celebrarla a lo grande en cada Eucaristía.
Desde el principio me sentí envuelta en una acogida sin medida. Los angolanos, a pesar de la pobreza en la que vive la mayoría, es un pueblo muy acogedor, que sabe compartir lo que tiene y llega a envolverte con su alegría y sencillez. Los primeros días tuvimos que adaptarnos al calor exageradamente húmedo, a dormir con mosquiteras,…pero cuando pasa el tiempo sólo te preocupa disfrutar cada momento y contactar con la gente, y empiezas a sentir que Dios está muy presente en las vidas de estas personas, que no se avergüenzan de rezar el rosario en grupo delante de la iglesia, a pleno sol, de manifestar su fe a los cuatro vientos, celebrando la Eucaristía como una auténtica fiesta, y abarrotando la calle para poder entrar en Misa.
En Luanda conocí el Lar Bakhita, un orfanato de niñas que llevan las Esclavas de la Eucaristía junto al colegio. Había niñas de todas las edades, historias muy duras y tristes,…y sin embargo, era llamativo cómo sonreían, cómo se cuidaban unas a otras, cómo te recibían con los brazos abiertos…
Recuerdo con diversión cada vez que nos poníamos en carretera para trasladarnos a algún sitio en todoterreno, y pasarnos el rato avisando a la Hna. María Mamanela de los agujeros que se nos echaban encima, para poder esquivarlos. Era una aventura, sobre todo cuando llovía cada tarde en Lubango y los agujeros se convertían en enormes charcos que había que atravesar.
Más impactante era ver a grupos de niños caminando solos por las carreteras volviendo del colegio a pie kilómetros enteros. Tanto insistimos, que paramos a recoger a un grupo de niñas pequeñas y ahorrarles un tramo del camino.
Visitar los hospitales te hace valorar la vida de otra manera, pensaba en el lujo de los hospitales en España, y realmente sentía el dolor de los pacientes muy dentro cuando los ves tan solos y muchos sin saber ni los diagnósticos.
Intentaba llevar a la oración cada encuentro, cada aventura, cada nuevo descubrimiento. Llegaba a ser desconcertante, porque en medio de esta realidad se palpaba claramente al Dios de la vida, cercano a los más pobres, que a pesar de la pobreza material, eran felices y acogedores, y vivían agarrados a Él, y me preguntaba, ¿y nosotros que no nos falta de nada, que tenemos agua potable a chorro en los grifos, que tenemos carreteras bien asfaltadas, que nos han llevado en coche hasta la puerta del colegio, que tenemos medicinas y médicos que nos curan, que nos podemos duchar con duchas, que podemos hacer una maleta con luz, que podemos guardar la ropa en un armario, que tenemos el mejor móvil del mercado, que tenemos teléfonos fijos en casa, que tenemos Internet sin problema, que tenemos luz continuamente,…? ¿Y la alegría tan sincera que transmiten?
Muchos son ahora los recuerdos que bullen en mi interior, muchos los rostros de personas concretas, empezando por cada comunidad de las Esclavas que nos recibían siempre con agua embotellada para nosotras, y siguiendo por las huerfanitas del Lar, los niños de los colegios de Luanda y Lubango, los religiosos que se dejan allí la piel, las mumuilas, la gente de la calle, y de las Parroquias, los sacerdotes tan llenos de vida y energía,…muchas son las anécdotas que contar, pero sobre todo mucho es el agradecimiento y la acción de gracia que me brota, a Dios que me regaló esta experiencia maravillosa, a mi Congregación que me dio la oportunidad de llevarla a cabo y apoyarme con sus oraciones y cercanía, a las Esclavas de la Eucaristía que no dudaron en acogerme como a una más de ellas, y sobre todo a mis amigas Carolina e Irene, religiosas de dicha Congregación, con las que empezó esta aventura inolvidable».