José Peña Sarabia, «Peña», nació en Marchena hace 96 años. Trabajó duro desde niño en un Cortijo, recogiendo cosechas de sol a sol unas veces y cuidando ganado otras. Contaba que dormía en la paja del establo, con las vacas.
Peña era especial, muy especial. Ingresó por primera vez en la Institución en el año 67, venia de Mairena del Alcor. En este tiempo vivía en Regina la Madre Teresa, cofundadora y primera Superiora de Regina Mundi. Él la quería mucho y la nombraba con frecuencia. En algunas ocasiones si las hermanas le decían algo que tenía que hacer y no le gustaba le contestaba «Pues la Madre Teresa si me dejaba y era mejor monja que Vd.» para salirse con la suya. Otras veces para decirle a las demás hermanas que no eran tan buena como ella comentaba: «Con la Madre Teresa eso no pasaba”, cuando no le gustaba algo, por ejemplo, las ventanas de la Capilla abiertas porque él siempre sentía frio, hasta en el verano.
Se marchó a S. Jerónimo, en 1968, a cuidar vacas. Reingresando en Regina en diciembre de 1991, donde permaneció el resto de su vida. En 1996 su hermana y sobrinos tuvieron contacto con él, después de muchos años sin saber de su paradero.
Vivió la guerra de niño y nos contaba de las manifestaciones de puño en alto o de signo contrario en su pueblo y ya intuía que eso no llevaría a «nada bueno». Hablaba del hambre atroz que pasó en la postguerra y las cosas raras que llegó a comer.
Nos recitaba con mucha frecuencia “El Mandato”, un sermón de Semana Santa de su pueblo y otras muchas anécdotas o historias de su tiempo. Tenía una memoria prodigiosa. Su figura era también peculiar siempre con su inseparable e incrustada boina en su rincón favorito. Era culto porque leía mucho. El sabia cual fue el año más seco, la ciudad más bonita del mundo (siempre Sevilla) o el rio más largo. Era hablador incansable pero reiterativo y siempre llevaba la razón, era imposible rebatir sus máximas u opiniones y por supuesto nunca se le convencía ni se le hacía cambiar de idea.
Tenía fobia al agua y cariño a las manchas. El conseguir bañarlo era difícil tarea. En los últimos días al meterlo en la ducha le dijo a una de las auxiliares. “Me has cogido a traición”. Otras veces decía que “a partir de los 40 años, los hombres no se podían duchar”.
Cada mañana al decirle buenos días, él repetía incansable: “Se dice, buenos días nos de Dios. Si no, no son buenos días ni na”. Solía irse solo a pasear por la barriada. Se iba sin avisar. Ya mayor y en el carrito, el día 1 de junio de 2017 vino la policía local a decirnos que no podíamos dejarlo solo. Fue con motivo de que pasaban las carretas del Rocio y no había forma de que se quitase del paso de las mismas. Muy enfadado decía que se iría de la casa y que quién era la policía para decirle a él que se quitase. No se fiaba de los médicos ni quiso nunca vacunarse de la gripe. Pero la sorpresa fue cuando con motivo del Covid, si se dejó vacunar porque decía “que quería morirse de muerte natural, no del Covid”. Le dolía todas las primaveras el estómago y solo mejoraba con las pastillas «caras» que compraba a escondidas similares a las que le ofrecían las hermanas, pero «no eran iguales».
A pesar de sus rarezas, Peña era un hombre bueno, no fue conflictivo con sus compañeros; al contrario, siempre quería ayudar y prestar servicio. Le recordamos junto al radiador en invierno, subiendo la cuesta con el carrito cargado el día de más calor y dándonos consejos. Siempre preguntaba ¿Como está la cosa? en Sanidad, en Sevilla, en el mundo, etc.
Envejeció, se encorvó tanto que dejó de mirarnos cara a cara, pero su personalidad y determinación permaneció intacta hasta el final. Quiso morir sin COVID y lo consiguió. Nos dejó en el momento justo con una muerte dulce, rodeado de sus ángeles cuidadores y amigos de RM, que hicieron que su vida fuera feliz respetando su forma de ser.
Descansa en paz en la gran casa de Regina en el cielo.