«CAMINANTE, NO HAY CAMINO…»
«Con el nombre de este poema comienzan las crónicas del final del primer trimestre de este año nuevo que arremete con fuerza contra las personas más pobres, las que no tienen nada que llevarse a la boca, o que su indigencia proviene más del alma que del estómago. Sí, la vida es un duro camino que va dejando huellas indelebles en nuestra memoria y en el corazón, pero también es un obstáculo para ponernos a prueba a aquellos que nos llamamos cristianos.
Algunos intentamos poner mejor cara aunque nuestro interior se encuentre…¿vacío?, ¿incomprendido?, ¿aburrido?; por lo menos, hacemos un poco de esfuerzo, quizás para «lavar un poco la cara», quizás para justificarnos dentro de lo que cabe; pero otros guardan en su haber bastante más que eso, porque dan su vida todos los días por los demás, de lunes a domingo, por la mañana y por la noche, haga frío o calor, llueva o luzca un sol radiante, sin pensárselo dos veces, a personas que ni las conocen ni guardan ningún parentesco con ellas, pero ahí están…; pero es que, ade-más, sufren y se alegran por sus desgracias y sus logros.
Las hermanas de la Institución Benéfica del Sagrado Corazón de Jesús no dan su brazo a torcer ni se amedrentan fácilmente ante los problemas que actualmente tienen amenazada a nuestra sociedad; cuando la pobreza aumenta, ellas se aprietan el cinturón y, en coherencia con la madre Mª Rosario Vilallonga Lacave, se arrojan a la arena sin contemplaciones; cuando doña desgracia se ceba con algún acogido por ellas, la miran de frente, la convierten en oración y siguen adelante.
Pero mirar hacia delante no significa olvidar a los que ya han pasado por esta ca-sa, es más, desde el comienzo del presente año ya han fallecido tres personas, a las que hoy quisiera recordar con cariño. Es verdad que uno de ellos llevaba poco tiempo con nosotros, y las fotos que dispongo de esta persona son escasas; a pesar de esto, evoque-mos a Gregorio, que es como se llamaba.
Era un hombre muy reservado, buena persona, durante su corta estancia no dio ningún problema ni a las hermanas ni a todos los que le rodeaban; el pobre se pasaba las horas sentado en un sillón viendo la tele, no protestaba ni se lamentaba por nada.
Descanse en paz.
El segundo que falleció fue nuestro amigo Luis; sabíamos todos que le aquejaba una grave enfermedad y que, al final, su vida acabaría cediendo, aunque lenta pero in-exorablemente.
Era también un buen hombre que se quejaba poco para la dolencia que tenía, pacífico, se hacía querer, muy sencillo; no cabía duda de que la procesión la llevaba por dentro, ya que era perfecto conocedor de su salud.
Descanse en paz.
Finalmente, Isabel, que llegó a vivir cerca de un siglo, pocos años le faltaban para ello, y con la que menos contacto tuve. Una mujer que, nada más verle esos ojos vivaces, uno entendía que amaba a la vida a pesar de su dureza; en sus últimos momentos compartió una entrañable relación con Pepe, quien la cuidaba y mimaba.
Descanse en paz.
Pero esto no es todo, porque diariamente se siguen haciendo cosas para mejorar la vida de esta «familia»; detrás de este trabajo hay ilusión, oración, convivencia, cariño, incertidumbres y anhelos, aunque muy especialmente, fe».
Luis.