«Fefe», el P. Felipe Félix SSCC, es religioso de los SSCC, antiguo alumno del Colegio S. José de Sevilla y promotor incansable del voluntariado en Regina Mundi, la Casa de la Institución en Sevilla. Estuvo de Misiones en la India donde fue formador y actualmente es Consejero General de la Congregación de los SSCC en Roma. Tras proponerle que algún día pudiera compartir con nosotras su testimonio de vida, de su vocación, de lo que supuso Regina Mundi en su vida, su respuesta no se hizo esperar. A continuación transcribimos literalmente sus palabras para que transmitan exactamente lo que él ha querido compartir, manteniendo así su espontaneidad:
«Esta vida extraña de los religiosos hace que nos movamos mucho, pero cada vez que puedo regreso a Regina queMundi, a dejar que afluyan los recuerdos del amor primero y a confirmar que Dios está ahí, en esa casa, y que en su Corazón está la casa de Regina Mundi, porque en el Corazón de Jesús hay unos preferidos: los pequeños.»
«Creo que era noviembre de 1974. Yo tenía 16 años. Habíamos terminado una tanda de Ejercicios Espirituales del colegio (ahora se llaman «convivencias»). Quien dirigía los Ejercicios nos invitó a que de camino a casa fuésemos a visitar una residencia de enfermos que estaba un poco más abajo de la Casa de Ejercicios de San Juan de Aznalfarache: Regina Mundi.
Allí nos presentamos un grupillo acompañados por el P. Luis Aguilar ss.cc. El P. Luis conocía bien la casa; celebraba la misa los domingos y promocionaba el voluntariado de jóvenes a Regina Mundi. Él me metió en esto… y en muchas otras cosas por las que le estaré siempre agradecido. Luis era un santo que Dios nos regaló.
Durante ese año, el año del COU, fuimos varias tardes de sábados a «estar» en Regina Mundi. Recuerdo ahora la humedad fría de la casa y la calidez de las hermanas (Hna. Elisa, Ana…); la deformación de algunos cuerpos y la simplicidad de corazón de muchos; los olores a cuartos cerrados, mezcolanzas de orina y lejía, y la atmósfera libre de la casa. Eran sensaciones que se iban colando en mí. Era algo diferente de lo que hasta entonces conocía.
Ese mismo año, y también con P. Luis por medio, comencé a colaborar con Auxilia, una asociación dedicada a la promoción de los minusválidos. Fue otra ocasión de salir de mi mundo, de mi barrio, y darme cuenta de la manera de vivir de mucha gente con muchos menos recursos que los que disfrutaba mi familia y mi entorno.
Al año siguiente, ya en la universidad, mantuve los contactos con Regina Mundi y con Auxilia. El mundo se iba ensanchando. En la universidad se vivían con intensidad los cambios políticos. Descubría gente de muy diversa mentalidad y condición. Poco a poco yo iba también tomando postura. El conocer y convivir con los enfermos, con gente con historias familiares llenas de dificultades, me hacía cuestionarme muchas cosas. Las visitas a los enfermos de Auxilia, en barrios populares, me iban abriendo los ojos. Al mismo tiempo no dejaba de leer el Evangelio y de buscar tiempo para rezar y escuchar a Dios. Y Dios me decía que él estaba en favor de los pequeños, de los últimos, de los pobres.
Llegó el verano y Auxilia organizaba un campamento en las playas de Mazagón (Huelva). Unos cuantos enfermos del Regina Mundi asistieron a «las colonias». Fue una experiencia memorable. ¡Claro que la recuerdo bien! Descubrí la alegría de servir, de darse, de pensar más en los otros que en mí, de amar… de amar a alguien en concreto y también amar dándome a todos. Dios me estaba diciendo algo de eso hacía tiempo. Esos 15 días fueron una paliza física y un nuevo torbellino interior. Dios me que decía que merecía la pena darse por completo, que la verdadera alegría, al menos para mí, pasaba por la entrega de toda mi persona a Él y a los demás.
Sí, para mí, todo esto me llevó a unirme a otros que querían vivir de la misma manera: entré en el noviciado de los Sagrados Corazones (¡que ese momento estaba a dos manzanas de mi casa!). El servicio a los demás me ayudó a entender el Evangelio y a entender mi vocación. Y Regina Mundi siguió acompañándome durante el noviciado. Los sábados por la mañana íbamos a lavar a los enfermos. Ahora los olores y las sensaciones se multiplicaron. También íbamos en otros momentos, sobre todo fiestas y jolgorios, que en la casa no faltaban.
Regina Mundi siguió siendo una referencia en mi itinerario. Se fue haciendo un lugar al que de vez en cuando volvía para respirar el aire de los pequeños, de los preferidos. Los estudios y las experiencia pastorales me mantenían ocupado en otros lugares, pero el «amor primero» estaba ligado a Regina Mundi.
Pasaron los años y «Regina» volvió a tomar más protagonismo en mis actividades. Volví a vivir a Sevilla, a mi barrio, ahora ya como cura, como animador de pastoral de jóvenes. Haciendo, de limitada manera, aquello que el maestro Luis me enseñó. «Los niños del Padre Luis», como decía la Hermana Ana, ya éramos mayorcitos y eran los que ahora acompañaban e iniciaban a otros. Comenzamos los «campos de trabajo» en verano. Tuve la suerte de ser pionero. Acompañé jóvenes a venir a lavar a los enfermos, a organizar fiestas… Regina Mundi me seguía dando ese aire de los pequeños que alimentaba mi vocación. Las hermanas y la mucha buena gente que rodeaba a la casa también me lo testimoniaban. Dios me regaló igualmente la alegría de ver que otros jóvenes descubrían el misterio de los últimos y el coraje de darlo todo por ellos.
Y eso sigue siendo.
«Esta vida extraña de los religiosos hace que nos movamos mucho, pero cada vez que puedo regreso a Regina queMundi, a dejar que afluyan los recuerdos del amor primero y a confirmar que Dios está ahí, en esa casa, y que en su Corazón está la casa de Regina Mundi, porque en el Corazón de Jesús hay unos preferidos: los pequeños.»