Cada año, la Parroquia de Monachil de Granada invita a los acogidos de la Casa del Sagrado Corazón. Este año, la excursión tenía lugar el día 31 de mayo, fiesta de la Visitación de la Virgen, en el que se conmemoraba el primer aniversario del fallecimiento de la H. Concha Hernández, que cada año participaba en esta salida. Ignacio Salas, voluntario de la Casa cuenta la visita:
«El pasado día 31 de mayo fue un día especial en la Parroquia San José de Monachil. Recibimos en nuestra parroquia a nuestros queridos hermanos los acogidos de la Casa del Sagrado Corazón.
Es posible que nuestros lectores conozcan esa Casa con el incorrecto nombre de «Cottolengo». Este nombre corresponde a una institución de residencias ausente en Granada y su provincia. El nombre de la orden religiosa de las hermanas que atienden con tanto cariño a sus acogidos en Haza Grande es Institución Benéfica del Sagrado Corazón de Jesús.
Desde hace varios años la vinculación de la Parroquia San José de Monachil y esos enfermos y minusválidos es estrecha. La campaña de Navidad parroquial se dedica a las necesidades de la Casa que conocemos por los voluntarios de la parroquia que semanalmente acuden para servir y acompañar a las personas allí residentes. Toda la parroquia se siente invitada a llevar lo recogido a su Casa, a cantar villancicos y pasar un rato con ellos. La relación tras todos estos años es muy personal: nos conocemos y disfrutamos mucho de estar juntos.
Hacia finales de mayo son los acogidos quienes nos devuelven la visita y vienen a nuestra parroquia. Es esta la ocasión que recientemente hemos compartido. Comenzamos la convivencia con la Eucaristía participada por ambas comunidades. En el día de la Visitación de María a su prima Isabel, en la Parroquia estábamos encantados de recibir la visita de nuestros hermanos.
Y la valoramos porque suponía que ellos nos estaban evangelizando con su presencia y su esfuerzo superando las dificultades de movilidad que tienen de manera muy evidente. Esa jornada toda la parroquia nos sentíamos voluntarios para ayudar en todo lo que hiciera falta, para que nuestros hermanos se sintieran cómodos, acogidos. Entre charlas y sonrisas degustamos una deliciosa paella elaborada por una familia de feligreses en el patio parroquial. El mayor tesoro que ese día tuvimos fueron la oración, las risas, los cantos y los bailes que tuvimos el privilegio de compartir. ¡Alabado sea Dios!»