La Eucaristía celebrada por la muerte de Miguel, presidida por D. Ciriaco, obispo de Albacete, fue de lo más emotiva. Afloraban muchos recuerdos y momentos compartidos con Miguel, que llevaba casi 50 años en la Casa de Albacete. A pesar de su físico tan limitado y deformado Miguel era una persona alegre, sociable y con toda la dignidad posible. Su vida, crucificada con Cristo, ha sido un regalo para todos los que le han conocido y su ejemplo de vida ha servido de ejemplo a todo el que se acercaba a él. A continuación reproducimos la monición de entrada que leyó Pepe Cruz, gran amigo de Miguel y voluntario comprometido de esta casa:
«Nos hemos reunido para dar el último adiós a Miguel, a mi amigo Miguel, a nuestro amigo Miguel. Y lo hacemos aquí en su casa, en la casa que le ha servido de hogar durante la mayor parte de su vida. Es mas, su vida corre paralela a la de esta casa, ya que ha permanecido en ella los mismos años que lleva abierta.
A pesar de su situación física, no pensemos que Miguel ha sido una persona frustrada. El ha experimentado los grandes y pequeños gozos que da el vivir. El nos ha mostrado que la vida es frágil, pero que vale la pena vivirla. Y de el.
Damos gracias a Dios por haberlo conocido, por haber podido experimentar a su lado que somos mejores de lo que creemos, por haber aflorado nuestros mejores sentimientos, por haber sentido el valor de la amistad profunda, por haber compartido con él tantos y tantos momentos de fraternidad sincera.
Y damos gracias a Dios, porque al fin, lo ha liberado de las ataduras que han limitado su existencia, porque al fin goza de la libertad de los hijos de Dios y porque, al fin, se cumple en él la profecía mesiánica del Reino: los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos andan y se anuncia la buena nueva a los pobres.
Vivamos esta celebración con profunda fe y esperanza cristiana. Miguel se ha convertido ya en uno de nuestros mejores valederos ante Dios.»