Pepe Cruz, es voluntario en la Casa del Sagrado Corazón de Albacete, desde hace 52 años, es decir, desde la fundación de la misma. Participó en los 50 años de la Institución que también llevó a cabo una Peregrinación a Lourdes con enfermos de todas las casas, y ahora ha participado con esta nueva peregrinación a Lourdes, que la Institución ha realizado con motivo del 25º Aniversario de la Muerte de la Madre Rosario. Nos cuenta su experiencia: «Hace justo una semana y a la misma hora que comienzo este escrito, 8 de la tarde del 1 de octubre, me encontraba en el Santuario de Lourdes participando en la impresionante procesión de las antorchas. Invitado por las hermanas de la Institución Benéfica del Sagrado Corazón de Jesús (invitación supongo que fundada en mis 52 años de vinculación con la Institución en la casa de Albacete) a la peregrinación a Lourdes para celebrar el 25 aniversario del fallecimiento de la madre fundadora Rosario Vilallonga Lacave, a quien tuve el gusto de conocer y tratar.
Vaya por delante mi profundo agradecimiento a todas las hermanas por la invitación a esta peregrinación que ha dejado un recuerdo imborrable en mi corazón y, lo que es más importante, un fortalecimiento de mi fe.
Se me pide que haga un resumen de mi vivencia en la peregrinación. Cosa que hago con sumo gusto.
En aras a la concisión he pensado sintetizar los recuerdos en dos bloques: a) los de carácter visual y b) los de carácter auditivo.
A) Desde el aspecto visual quiero resaltar las imágenes que todavía pululan con intensidad en mi retina:
a) El imponente marco natural del enclave del Santuario donde Dios ha dejado su huella a través de la naturaleza y del hombre. Es un marco que respira belleza, serenidad, contemplación.
b) La estampa entrañable de la gruta, presidida por la imagen de la Virgen, donde de manera misteriosa se visualiza el encuentro de «la Señora» y Bernadette, y ello acompañado por el continuo paso de fieles o la permanente estancia en los bancos de gentes en silencio y meditación.
c) La emocionante procesión de las antorchas. En un abrir y cerrar de ojos empezaron a aparecer carros por distintos puntos del Santuario tirados por acompañantes que, portando velas encendidas, forman un rio de luces acompañadas, en medio de la noche, del rumor del rezo de avemarias , hasta desembocar, a modo de mar, en la explanada de la basílica para concluir el rezo del rosario. Y como colofón la imagen de la Virgen de Lourdes presidiendo desde sus andas aquel mar singular de peregrinos. ¡Imposible impedir la emoción y … alguna lágrima! Montaje perfecto como medio de trasmisión de una sincera y profunda devoción mariana.
d) La inmensa basílica subterránea de S. Pio X donde celebramos la misa del domingo en unión con centenares de peregrinos venidos de distintas partes del mundo. Allí pudimos visualizar la catolicidad de la Iglesia en una celebración eucarística plurilingüe llena de sabor ecuménico. Fue hermoso compartir la misma fe y el mismo pan eucarístico con cristianos de otras latitudes.
e) El encuentro de cruces (tal como lo expreso el padre Juan) entre los enfermos y la cruz que iba pasando de mano en mano entre ellos en la profunda vía-crucis que celebramos bajo un sol de justicia. Era como si la cruz del Señor se actualizara en cada uno de ellos como señal de que su pasión no ha terminado todavía.
f) Amén de otras imágenes quisiera resaltar la de la fraternal convivencia entre los miembros de la peregrinación. Era como un pequeño cielo en el espacio y en el tiempo. Emotivo fue el encuentro con las hermanas de la Institución con la mayoría de las cuales he compartido sabores y sinsabores en los trabajos de la casa de Albacete. El encuentro con Pepe (Alfredo) de Bilbao con el que me liga una profunda amistad de más de 40 años. Y el entrañable contacto con personajes como Juan y Pepe de Bilbao (a quienes levantaba y acostaba), Rosa, Andrés (el bético no el diabético), José Luis, Manuel, Ignacio etc etc , los jóvenes que dieron muestra de una admirable alegría y servicialidad. Y no quiero dejar de mencionar a los «padrecitos» y a la encantadora doctora Mely que cuidó de nuestra salud (aunque tampoco es que le diéramos mucho trabajo).
B) Y en cuanto a los sonidos o palabras, las que dejaron más huella en mi maltrecho aparato auditivo, fueron las siguientes:
a) «Papito Dios» es la expresión entrañable, del sacerdote ecuatoriano que nos acompañaba, para referirse a Dios. Es una expresión más tierna que la de Padre-Dios y que se aproxima más a la paulina (de origen hebreo) de «Abba» con la que Jesús invocaba a Dios. Me quedé con ella.
b) «Los cielos están abiertos» fue la idea central de la hermosa homilía del obispo de Vitoria en la gruta. Los cielos se abrieron para Juan en el Jordán, se abrieron para los tres apóstoles en el Tabor, se abrieron para Jesús el primer día de la semana, se abrieron para Bernardette en Lourdes y se abren para nosotros cada vez que elevamos los ojos al cielo en actitud orante y cada vez que miramos a nuestro alrededor en actitud compasiva. Ese es tal vez el milagro de Lourdes: que se nos abran los cielos para contemplar al Resucitado y a la Madre que lo parió.
c) Las «manos»: una tras otra las catorce estaciones del via-crucis que celebramos el sábado llevaban por titular «manos» acompañado de un adjetivo diferente en cada una de ellas. No recuerdo con exactitud dichos adjetivos pero bien podrían ser uno de estos: «manos que trabajan», «manos que sirven», «manos abiertas», «manos sufrientes», «manos que consuelan» «manos que acarician», «manos que bendicen» «manos que curan»… y todo ello puesto en relación con un pasaje bíblico referido al via-crucis de Jesús y con un breve pero intenso comentario. El final de cada estación terminaba con esta inquietante pregunta: ¿cómo son nuestras manos? Es una pregunta que desde entonces me acompaña y creo que lo hará por bastante tiempo (espero que el resto de mi vida).
d) De la misa internacional del domingo me quedo con los acordes del órgano y del coro que interpretaba canciones litúrgicas que en aquella descomunal basílica sonaba a música celestial y que, frente a la disparidad de lenguas del ritual litúrgico, servía de lenguaje universal.
e) Quiero resaltar también las palabras entre los miembros de la peregrinación. Expresiones cotidianas como: ¿qué necesitas? ¿damos un paseo? ¿quieres un café? ¿quieres una manta? ¿te echo un poco más? ¿has dormido bien?… formaban parte del ritual entre todos y que no, por su cotidianidad, dejan de formar un magnífico acorde fraternal y humano.
f) Para ir terminando quiero resaltar los «ecos del silencio», es decir, los ecos de la serenidad que se respira en Lourdes y sobre todo del clima de oración profunda que se palpa en torno a la gruta sobre todo en determinados momentos como el amanecer y el atardecer. Y como no la sensación de «hombre nuevo» al atravesar la puerta de la misericordia
g) La última oración que hice en la gruta, imitación de la que nos dijo el padre Juan que había hecho como despedida, fue: «Madre, hasta el cielo y dale recuerdos a tu Hijo». No encontré oración más sencilla, más hermosa y más tierna que esa como despedida.
Estuve en Lourdes hace más de 40 años con motivo del 25 aniversario de la Institución Benéfica del Sagrado Corazón de Jesús. En aquella ocasión presidía la peregrinación la madre Rosario. Ahora he vuelto con motivo del 25 aniversario de su fallecimiento (de otra manera ella también nos presidía). No sé si habrá una tercera ocasión. En cualquier caso he pedido, y seguiré pidiendo, a la Virgen de Lourdes, a Santa Bernadette y a la madre Rosario que bendiga esta Institución a la que he dedicado gran parte de mi vida y a la que debo tanto. Gracias
Albacete a 2 de septiembre de 2016